jueves, 13 de febrero de 2014

¿Tienes sueño?

Hoy os vengo a contar la historia de un amigo de la facultad. No me gusta contar historias ajenas, siempre prefiero que el protagonista cuente sus propias vivencias, pero esta me sorprendió tanto, que necesito poder contarla.
Como ya sabéis, estudié en una escuela de Madrid la licenciatura de "Traducción e interpretación", pero antes de ello estaba en "Filología inglesa", la cuál me pareció algo repetitiva el primer año, por lo que decidí cortar por lo sano y cambiar de estudios. En "Traducción" conocí a Felipe, un tipo interesante. Estudiaba poco, pero lo suficiente para sacar todas las asignaturas con notables. Escuchaba rock, entre los cuales había grupos como Led Zeppelin, ACDC, Black Sabbath, Survivor, Boston y un largo etcétera. Su chaqueta vaquera no solía faltar nunca, pero, a parte de esa prenda, su vestimenta no llamaba la atención.
No empecé a hablar con el por la música, ya que no soy amante del rock, sino prefiero el blues, que, aunque se asemejen, no son lo mismo ni de lejos. El único músico en el que coincidíamos era Eric Clapton.
Como llegué a hablar con él es una historia que, realmente, ahora no pinta mucho y la cuál ya contaré en otro momento. Los cuatro años de carrera los pasamos juntos entre mujeres. Salíamos de fiesta los fines de semana y cuando uno no conseguía encontrar compañía, la encontraba el otro. En pocas ocasiones los dos triunfamos en la misma noche. A las 3 de la mañana uno se retiraba a su casa acompañado de varias copas y el otro acompañaba a una señorita que buscaba lo mismo que él: una noche de desvarío y puro placer carnal.
Los cuatro años de carrera pasaron más bien rápidos y nos despedimos ambos. El se volvía a casa de sus padres hasta encontrar algún trabajo con el que pueda empezar a vivir de manera independiente.
Durante más de diez años no supe nada de él. Comencé a trabajar en una empresa internacional, pero ya me conocéis, mi vida no es un secreto para vosotros. En una reunión de graduados, le encontré de nuevo. Me dijo que se sacó las oposiciones de profesor y estaba trabajando como educador en un instituto de Madrid. Me sorprendió bastante. Nunca le había oído decir que le gustase trabajar de aquello. Intercambiamos números de teléfono aquella noche para quedar otro día y recordar viejos tiempos.
Dos semanas después, a principios de julio, recibí una llamada suya. El estaba de vacaciones y yo tenía una semana libre, por lo que acordamos una hora el viernes y nos despedimos. 
Cuando llegó el día, llegó puntual, manía qué él antes no tenía. Le dije que había cerca una cafetería bastante asequible para ser de la capital. Accedió sin reparo y nos sentamos en la terraza. No habían pasado ni 20 segundos cuando una camarera que tenía un busto agradable a la vista, nos tomó nota. Ambos pedimos una jarra de cerveza. 
Comenzamos hablando de nuestras vidas: él estaba prometido, era profesor de inglés y estaba en busca de una niña con su novia. Me contó que a los dos años de graduarse, aprobó las oposiciones de profesor y tardó poco en irse a Madrid otra vez.  También me dijo que conocía a su pareja de hace casi 5 años y ya vivían juntos desde hace dos. Él es un año menor que yo a sus 32 años. 
Después de más de media hora hablando de nuestras vidas, me dijo que había algo que nunca le había contado a nadie. Era un hecho tan perturbante para él que nunca tuvo el valor de contárselo a nadie. Me dijo que prefería decírmelo a mí ya que fuimos amigos durante cuatro años.
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La historia se ambienta dos años después de que él comenzase su carrera laboral como profesor. En su trabajo era un profesional. No mezclaba lo profesional con lo personal y trabajaba con bastante esmero para ser un funcionario español. Se portaba de una forma totalmente distinta a como era en la facultad, como si los dos años de preparación de las oposiciones le hubiesen cambiado. Vivía en un apartamento de alquiler solo. Una habitación, un salón-cocina y un baño diminuto, lo suficiente para un soltero. Ya no vivía como un picaflor; era una persona adulta.
Las vacaciones de verano de ese año habían empezado. Todo seguía siendo lo mismo de siempre hasta que pocos días después de comenzar su descanso de tres meses, unos vecinos nuevos se mudaron al piso de al lado. Realmente no era nada raro. Los nuevos vecinos era una pareja madura de unos 35 años, o al menos eso imaginaba él, ya que nunca les llegó a vez y solo podía obtener datos de sus voces, o más bien de sus gritos. Los dos primeros días se los pasaron discutiendo a viva voz. Era un no parar. Mi amigo no les prestaba atención a la situación. Durante las horas que él estaba despierto, solo se gritaban. Lo que era sorprendente es que cuando se dormía, no oía ni una voz pero era despertarse de manera natural y que comenzasen los gritos.
"Me extrañaba bastante que no llamase nadie a la policía." me decía mientras bebía de su jarra. Los primeros días solo era una pareja muy gritona, pero pasada una semana empezaron las cosas raras. "No dejaba de dormir". Cuando me dijo eso, me quedé un tanto extrañado. Le pregunté que si no quería decir que 'No me dejaban dormir'. Él negó con la cabeza. "No, no. No podía parar de dormir. Cuando no díscutían, yo acababa duermiéndome a los pocos segundos, como acto reflejo. Si callaban, me dormía, si discutían, estaba despierto. Era bastante extraño."
Un silencio acogió nuestra mesa mientras el ruido de las calles de Madrid nos abrumaba un poco, pero la historia era bastante impresionante. Pocos segundos después prosiguió.
Al principio, los vecinos de mi amigo solo discutían de día, por lo que el sueño inducido por su silencio no le preocupaba. Pero las paradas de una hora durante el día cada vez eran mayores. Estaba frente a la televisión y se dormía momentáneamente. Estaba haciendo la colada y se dormía de pie. Tardó poco en ir al médico y pedir opinión, ya que tenía miedo de padecer narcolepsia. Le dijeron que en todo caso sería un principio de somnolencia, pero que no le preocupase, que podría ser estrés (Típica respuesta de médico). Mi amigo volvió a su casa y estaban discutiendo. En cuanto se sentó en el sofá dejaron de discutir y cayó en un profundo sueño. No recordaba haber soñado nada. Cuando despertó miró la hora. ¡Habían pasado 10 horas! Y se había despertado con muchas ganas de comer. Como que se había saltado la comida y la cena. Abrió la nevera y arrampló con casi todo el fiambre. Cuando terminó, se sentó en la cama y otra vez dejaron de discutir.
"13 horas de sueño. ¡Era demasiado increíble y preocupante!." Me contaba con efusividad. Comenzó a hacer únicamente dos cosas: dormir y comer. Hasta llegó a ser sonámbulo, durmiéndose en la cama y despertando en el supermercado con la cesta de la compra llena de comida como fiambre o conservas. Acababa pagando todo y volviendo a casa. Comer y dormir. Un día llegó hasta a dormir 22 horas.
No le causaba mucho agrado. Estaba ganando peso y su verano no estaba siendo placentero. Esto duró un mes y medio. Engordó 15 kg y tenía miedo de levantarse de su sofá.
Pasado ese mes y medio, sus inquietantes vecinos se marcharon. O eso pensaba él, ya que no les escuchó discutir de nuevo y empezó a dormir de forma normal y humana. Nunca le preguntó a sus otros vecinos sobre aquellos inquilinos. A lo mejor fue cosas de su mente. Nunca lo sabría.
Hizo dieta y ejercicio y a los 3 meses volvió a estar en forma. Tiempo después encontró a Sonia, su pareja, pero no le contó tal suceso, por si acaso pensaba que estaba loco.
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A día de hoy no he vuelto ha hablar con él. Digo yo que tendrá ya un hijo o una hija y vivirá feliz con su suelo de profesor. Se que su historia no es algo muy sorprendente, pero me parecía curiosa de contar. Lo único que quiero es no tener nunca unos vecinos así.

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