Buscó el billete de tren entre sus bolsillos y lo sacó para salir de la estación. Aun le quedaba algo más de media hora para tener que ir a casa de sus padres, por lo que decidió ir al bar a tomar un trago. Eran la una de la tarde, por lo que decidió ir a un bar.
Encontró uno cerca de la estación. En el bar estaban un par de señores jubilados que hablaban de las medicinas que tenían que tomar mientras saboreaban un vino, tres madres que conversaban sobre la mala gestión del colegio de sus hijos y una joven, de unos 24 años, pelo castaño, amplio pecho y caderas semiestrechas. A pesar de no estar falta de busto, gracias a su altura estaba lo suficientemente proporcionada. Mediría aproximadamente un metro setenta. Llevaba unos simples vaqueros azules ajustados, una blusa color turquesa y una diadema blanca. Complementaba todo aquello con un colgante del que pendía una letra rúnica. Hacía tiempo, el joven había leído bastante sobre aquel abecedario y la reconoció al momento. Era la runa Thuris, propia del dios Thor.
Mientras esperaba al camarero a que le atendiese, el joven observaba a la mujer con atención y curiosidad. Era preciosa, de eso no había duda. Lo que le extrañaba es que, en una ciudad como aquella hubiese mujeres de ese tipo. Él había estado viviendo allí hasta los 20 años que se independizó de sus padres y no recordaba haber visto a nadie similar en la ciudad. Posiblemente solo estuviese de paso por aquel lugar.
Pensó en invitarla a una copa, pero a la una de la tarde puede que no fuese una buena idea. En ese momento el camarero le atendió. El pidió ron dulce con hielo. No conocía a mucha gente que tomase el ron solo excepto el mismo. El tacto que dejaba aquel tipo de alcohol le reconfortaba la garganta bastante, además de que, antes de ir a ver a su padre quería mentalizarse y una copa no le venía nada mal. Había tenido problemas con el alcohol hacía dos meses, pero se dio cuenta del fallo que estuvo cometiendo a tiempo. No era un problema de puro alcoholismo, solo pensó que podría beber lo suficiente para olvidar sus problemas. Gracias a sus amigos consiguió darse cuenta a tiempo de que emborrachándose no iba a conseguir nada. Consiguió dejarlo y ahora bebía muy de vez en cuando.
El joven miraba su vaso, aunque reiteradas veces enviaba sus ojos a contemplar a la mujer que le acompañaba en el bar. A los 5 minutos, la mujer pagó, se levantó y se marcho, no sin antes dedicarle, o al menos eso pensaba él, una sonrisa al joven. Al poco tiempo de salir, giró la esquina y desapareció tras el edificio.
Miró la hora y, aunque aun faltasen 15 minutos para la hora de comer en casa de sus padres, se bebió de un trago la copa. Llamó al camarero, pagó y se marchó tranquilamente. Nada había cambiado desde que se fue hace unos años de aquel pueblo. Todo seguía en su sitio, como si le hubiese estado esperando continuamente.
Cinco minutos después de salir del bar, llegó a casa de sus padres. Vivían en un chalet no muy grande, adornado con ladrillo y una verja de acero blanca para evitar que la gente entrase. Llamó a la puerta y salió su madre a saludarle. A pesar de sus casi 50 años, era una mujer de aspecto jovial, pelo moreno y ojos verdes. Por los estragos de la edad se le notaban las lineas de expresión. Nunca había visto a su madre triste excepto en el funeral de hacía 3 meses de Alice. Siempre evitaba pensar en su nombre, pero nunca podría olvidarlo. Fue el momento mas feliz de su vida y aquel nombre permanecerá en su mente como un eco del pasado.
Su madre, cuando salió a darle la bienvenida, lo abrazó y notó como alguna lágrima de felicidad escapaba de los ojos de aquella mujer. El joven la respondió el abrazo y se sintió cómodo a su lado, como si nada malo fuese a suceder. Cuando se separaron, él rompió el silencio:
- Felicidades madre. Me alegro de verte mucho.
- Gracias Kevin - Nunca le gustó su nombre al joven, pero se conformaba. Era un nombre simple y que no le pegaba realmente- Tu padre está dentro, viendo la televisión y tomando una cerveza, pasa a saludarle. En veinte minutos estará la comida. Dentro está también tu hermana, que ha venido ya que no tenía que trabajar.
Kevin entró con su madre en aquella casa. Todo seguían siendo recuerdos del pasado que no sabía si quería volver a vivir o no. Todos los recuerdos familiares, discusiones con su padre, su primera vez. Todo residía en esa casa.
Con algo de miedo, entraron en la casa y se dirigió al salón a saludar a su padre. Desde el pasillo le vio sentado en el sofá con una cerveza en la mano. Su padre tenía un físico curtido por la edad. Siempre había trabajado con el físico en la construcción. Tenía el pelo ralo y canoso. Parecía mucho mayor de los 50 años que tenía. Kevin tragó su orgullo y entró en la estancia con toda su buena voluntad, esperando poder pasar dos días en tranquilidad.
- Hola padre.
- Eres tú... Te esperaba más tarde - Dijo cortante.
- No hubo mucho retraso de trenes y madrugué bastante - Su padre ya comenzaba con los ataques, pero Kevin se calmó y prosiguió - Hace media hora que llegué a la ciudad.
- ¿Y como has tardado tanto? ¿Otra vez emborrachándote en el bar?
- No empieces.
- ¡No! Siempre has sido puras molestias. Estudias cosas inútiles y encima un maldito borracho. No sé ni como te dignas a venir todos los años...
En ese momento apareció la madre de Kevin. Cuando preguntó que sucedía, no hubo respuesta. El joven salió de la casa y fue a un parque cercano antes de volver. Estuvo pensando en lo que había dicho su padre. Nunca se llevaron bien, pero no era para tener que recriminarle todo lo que hacía. Necesitaba un cigarrillo. Saco la cajetilla, se encendió uno y notó como el humo del tabaco viajaba hasta sus pulmones. Entonces se sentó en un banco, miró al cielo y pensó si podría aguantar aunque fuese una hora en aquella casa.
(Continuará)
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