Apuró su Phillip Morris y encendió otro cigarrillo. Dentro de su cabeza solo existía un sentimiento de enfado superior a cualquiera anterior. Aun le quedaba tabaco, por lo que, antes de volver a casa, podría calmar algo la ansiedad. No quería ver a su padre, ni si quiera estar bajo el mismo techo que aquel hombre que le despreciaba y mucho menos, tener que dormir allí y pasar mas de dos horas.
Kevin cerró los ojos de nuevo y le dio una larga calada al cigarro. Su mente estaba llena de rabia y debía calmarla de alguna manera. La calle estaba en absoluto silencio hasta que una voz femenina le llamó de cerca:
- Kevin...
El joven abrió los ojos y miró a su hermana. Ella tenía 27 años, aunque aparentaba ser tan joven como su hermano. Tenía el pelo castaño y ondulado, que le caía por los hombros y unos ojos color miel. En la escuela secundaría ella era la chica más llamativa de clase: responsable, guapa, amable, empática. Todos los chicos, y más de una mujer, se sentían atraídos por ella tanto sexual como sentimentalmente. La mirada de su hermana infundía una serenidad cómoda que su hermano pedía a gritos dentro de su encolerizada mente.
- Kevin, siento mucho lo que dijo papá. El está realmente preocupado por ti. Ambos sabemos que el no te desea ningún mal.
Ambos sabían que era mentira, pero al joven le tranquilizó ver que su hermana se preocupaba algo por él. Ella siempre le había cuidado y defendido de su padre y se lo agradecería eternamente.
Su hermana había estudiado derecho y ejercía como abogada. Su padre estuvo siempre orgulloso de ella. Su hermana era la hija perfecta de la familia. Por otro lado, nunca estuvo de acuerdo con las decisiones de Kevin. No soportó que estudiase filosofía. Tampoco que se fuese de casa. De pequeño nunca le había dicho ni una sola palabra de ánimo o apoyo y mucho menos, expresar que estaba orgulloso de él. Incluso llegó a pensar que su padre no lo era realmente. Nunca le trató como a un verdadero hijo. Nunca se preocupó. Nunca estuvo para nada.
Después de que su hermana se disculpase en nombre de aquel hombre al que llamaba "padre", se creó un pequeño silencio que solamente se prolongó durante unos segundos. Entonces Kevin rompió esa situación:
- No voy a dormir en casa. Me iré a un hotel - Hizo una pausa para terminar el cigarro y encender el tercero- El billete de vuelta a mi casa no es válido hasta pasado mañana. Me quedaré dos días en el hotel y haré algunas visitas.
- ¿Estás realmente seguro?
- Tranquila, soy lo suficientemente mayor para tomar estas decisiones.
- Vámonos a casa.
El joven se levantó del banco y acompaño a su hermana hacia casa. Durante el trayecto, que no llegaría a los 5 minutos, no cruzaron una sola palabra, cosa que no iba a ayudar con la situación de tensión padre-hijo que habría en casa.
Cuando llegaron, su madre estaba en la puerta con cara de preocupación, la cual cambió de forma casi inmediata al verles entrar. Cuando se pararon al lado suya, ella les dijo que la comida estaba preparada ya.
Entraron en la casa y se dirigieron directamente al comedor, donde, como había advertido su madre, la comida estaba lista. No era una comida sobreabundante, sino hecha a medida del apetito de todos los miembros. Kevin y su padre se sentaron en sendos extremos de la mesa para evitar tenerse cerca. Durante la comida, ninguno de ellos pronunció ni una sola palabra. Únicamente su madre y su hermana hablaron: trabajo, vida personal, problemas en sus respectivas ciudades... Tocaron todos los temas propios de una sobremesa familiar.
Tiempo después terminaron de comer y Kevin pensó que debía ir a reservar habitación en algún lugar. Solo existían dos hoteles en aquella ciudad, los cuales estaban en puntas opuestas de la ciudad. El joven se levantó y tomo sus cosas con tranquilidad. Su madre insistió en que se quedase, pero el dijo que debía hacer cosas temprano y no quería molestarles. Todo eran excusas. Al final, su madre, con un gesto algo descontento, aceptó la decisión de su hijo y se despidió de él.
En pocos minutos ya estaba en la calle. El día era algo sombrío, como si el solo no quisiera salir mucho. El joven estaba algo entristecido por su hermana y su madre, pero cuando pensaba en aquel hombre sobre el sillón del salón, no podía evitar apretar el puño. En ese momento, el joven se dirigió hacia el hotel más cercano, para intentar descansar y poder acabar el día de una vez de forma apacible.
Intentó recordar cual podría ser la manera mas veloz de ir hacia el hotel. Al final decidió ir andando y si no conseguía habitación, tomar un taxi.
De camino a su posible alojamiento, pasó a lado de decenas de establecimientos, en especial tiendas de ropa y bares. En la ciudad en la que él vivía abundaban los bares, pero no había tantas tiendas de ropa, aunque eso no significaba que hubiese pocas.
Casi media hora después, tras callejear bastante y preguntar, alcanzó el hotel. No era para nada lujoso, sino de un nivel bastante sencillo. Tenía un pequeño bar-comedor y muebles que parecían heredados de los abuelos de los dueños.
Se acercó al mostrador y preguntó por alguna habitación libre. Dio la casualidad de que les quedaban algunas libres en la primera planta. Tenía a elegir entre la 112 y la 107. Le daba igual realmente cualquiera de ellas. Acabó al final en la 107. Pagó por adelantado los dos días y subió sus pocas pertenencias a la habitación. Se sentía cansado y prefería descansar un poco hasta la tarde, por lo que se quitó la ropa y se metió en la cama. A los pocos minutos cayó dormido envuelto entre sus pensamientos de frustración ante su rutina.
(Continuará)
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